domingo, 16 de noviembre de 2014

Bisbi

El haberme podido acercar bastante a mi loro durante este fin de semana, ha hecho que recuerde a Bisbi, el Bisbi auténtico y he pensado que debería dedicar una entrada del blog a contar su historia. La escribí hace dos años, pero la he reescrito hoy mismo, quiero que sea lo más detallada posible, pues es muy importante para mi:

"Aun recuerdo la primera vez que lo vi. Yo tenía 9 años por aquel entonces. No podía parar de pensar que era un loro muy pequeñito, rodeado de plumones típicos de las crías. Parecía tan indefenso, tan frágil… pensé que era hermoso y que quería cuidarlo por siempre.
Todos en mi familia estábamos entusiasmados con la llegada de Bisbi. Era el pequeño nuevo miembro de la familia; llegó a ser como un hermano pequeño para mí y un hijo para mis padres.
Aun recuerdo cada día... aquellos días tan felices.

Era muy cariñoso. Todos éramos felices con su compañía. Le cuidábamos muy bien, buscábamos las mejores tiendas y los mejores veterinarios. Queríamos que estuviera siempre feliz, queríamos darle lo mejor.
Realmente nos hacía mucha compañía, veía la tele con nosotros, descansaba en la cama con nosotros, jugábamos juntos, incluso comíamos todos al mismo tiempo. Alguna que otra vez tuvimos que regañarle porque se portaba mal, pero se nos ablandaba el corazón cuando venía cariñosamente hacia nosotros para que le acariciásemos la cabezita.

Le recortamos el vuelo una vez, dos como mucho. Nos dijeron que eso nos ahorraría muchos problemas futuros, no solo porque así era imposible que se nos escapase, sino también porque nos ahorraría posibles golpes infortuitos con algún mueble. Era mejor que pensase que no podía volar. Todos pensábamos que era mejor así…

Todo iba de maravilla. Hasta que… llegó ese día, uno de los días más tristes de mi vida. Ocurrió en nuestra casa del campo, siempre nos lo llevábamos con nosotros. Nos gustaba dejarle al contacto con la naturaleza. Recuerdo como se pasaba los días subido a un almendro, o cómo caminaba por todas partes curioseando todo lo que le rodeaba, era como un niño que estaba descubriendo el mundo, parecía muy contento.
Dejamos pasar el tiempo... demasiado tiempo. Y nos confiamos.
No le volvimos a recortar el vuelo, pues nunca volaba y nos confiamos en que no lo haría nunca. Qué equivocados estábamos.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Ese día... yo tenía 13 años, estaba cuidando de unos pollitos que me habían regalado. Estaba muy entusiasmada con ellos, así que entré en casa con los pollitos en las manos sin percatarme de que mi madre estaba limpiándole la jaula a Bisbi, mientras que él, esperaba en el suelo.
Se me ocurrió dejar la puerta abierta.
Bisbi estaba muy intranquilo, no le gustaba estar en el suelo. Así que al verme entrar con los pollitos, se asustó mucho, tanto que echó a volar hacia mí.

Todo lo que pasó instantes después, fue muy confuso.
Recuerdo la figura de Bisbi por encima de la mía…
Yo, inmóvil como una piedra.
Y Bisbi voló.


Cuando pude reaccionar, fue demasiado tarde.
Siempre recordaré ese último momento, en el que vi su figura sobrevolando a aquel viejo pino. Volaba tan alto, tan lejano… tan inaccesible.
Después de eso, como si fuera parte de una horrible pesadilla, corrimos detrás de él, mi madre, mi padre, mi hermano, y yo. No pensábamos en nada más que en encontrarle y traerlo de vuelta a casa.
Sentí como si todo fuera parte de un sueño, como si aquello no pudiera estar pasando de verdad. Incluso me pellizqué varias veces, para ver si así conseguía despertarme. Sin embargo, eso no pasó nunca.
Estuvimos horas y horas atravesando el campo, los bancales, y la sierra, en su búsqueda. Llamándole por su nombre, gritando, y silbando. Me quedé afónica de tanto forzar la voz.
Recuerdo que mis sandalias se rompieron. Me dolían los pies, y el alma. No podíamos parar de llorar. No paré, no quería parar hasta encontrarle, seguimos y seguimos caminando, hasta que el sol se escondió.
Esa noche no pudimos dormir.
Mi madre pasó la noche fuera, con la jaula abierta, sentada a su lado. Esperando.
Hizo mucho frío. Fue la noche más fría de todas.
Era demasiado duro mirar hacia la jaula y verla vacía.
Todos sentiamos un hueco enorme en el corazón.
Nos costó mucho darnos por vencidos. Pasamos muchas semanas buscándole inútilmente, intentando de todo. Pero no fue suficiente.
Bisbi no iba a volver… por mi culpa.
Nunca jamás me lo perdonaré.

Ahora mi madre tiene un nuevo Bisbi.
Un nuevo Yaco al que no le hicimos el suficiente caso como para que ahora sea sociable, ni siquiera podemos sacarlo de la jaula. No está acostumbrado a los humanos a pesar de haberlo tenido desde bebé porque no pudimos darle tanto cariño como al anterior.
Solo fue un inútil intento de llenar el hueco que dejó Bisbi con un Bisbi suplente.
Cada vez que le veo en la jaula, me recorre la pena y el sentimiento de culpa.

Cuando me independice tendré un Yaco. Uno al que cuidaré muy bien y vivirá muchos años. Nunca dejaré que nada malo le suceda.Es una promesa que me he hecho a mí misma."


Por fortuna, parece ser que el final ha cambiado un poco, pues con paciencia, dedicación y mucho mucho cariño estoy tratando de lograr que el Bisbi de ahora se acostumbre a nosotros, a estar fuera y a que no nos pique. Todavía queda mucho por mejorar pero poco a poco se van viendo mejorías en su actitud. Aquí se pueden ver los progresos:





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