Antes que nada, agradecer a Isidro, estoy convencida de que sin él no habría sido capaz de escribir algo así. Me está ayudando mucho a enriquecer mi vocabulario, de hecho, éste no es si no que el primer ejercicio para mejorar mi léxico. Me siento muy afortunada de tener a gente que me apoya de esta forma. Me siento inspirada y dispuesta a mejorar y a aprender.
Añadiré también que seguramente haya algunos fallos e incoherencias gramaticales, pues no estoy acostumbrada a éste léxico. Poco a poco iré mejorando, esto es solo mi comienzo.
Gracias, de verdad.
Allá va:
Se encontraba un extra burgués, de mediana edad y gran atractivo, descansando en un cafetín
de Londres, esperando su pedido.
Tras llevar dos minutos esperando, sacó su diario, no podía esperar más para ponerse a escribir
ese sueño tan extraño que había tenido esa misma noche. Le gusta escribir en sus tiempos libres,
ya que aspira a ser escritor y no puede desaprovechar ningún pensamiento o sueño que rondara
por su cabeza. Aunque algunos parezcan una futesa, todo escrito es válido cuando se trata de un
paso más para alcanzar sus sueños.
***
07/08/1990
… Resulta que en mi sueño me encontraba con un anacoreta, cosa muy extraña pues éstos viven
apartados de la sociedad, y están dedicados a la contemplación. Al percatarme de su presencia,
con mucha curiosidad, fui inmediatamente a hablar con él.
- Disculpe mi estulticia, pero, no cree que usted, como anacoreta que es, no debería estar retirado
en un lugar solitario para entregarse a la oración y a la penitencia, en vez de andar paseándose
por una época actual, y además en un lugar tan cosmopolita como Londres?
El religioso me miró, y con excelsas palabras anunció:
- ¿Acaso no está dios en todas partes, hermano? Yo solo sigo su palabra, si él dice que debo estar
aquí hoy, así será. ¡Este encuentro no puede ser si no obra suya! ¿Usted cree en el destino? Yo, gracias
al peso de los años he aprendido que las casualidades son un producto ilusorio. Nada ocurre
porque sí. Venga conmigo caballero, hablemos y deleitémonos con la tranquilidad que produce
estar bajo la sombra de las araucarias. Hasta el clima nos acompaña en este fortuito encuentro.
¿No lo cree?
Tras esas palabras, empecé a fijarme mejor en nuestro alrededor. Me percaté de que, efectivamente
nos encontrábamos en un lugar lleno de araucarias, donde la naturaleza impregnaba el
ambiente, y una agradable tranquilidad inundaba la esencia del bosque. Hacía un clima estupendo,
muy cálido y agradable.
Pobre de mí, pues estaba muy confundido. Esa incómoda ambigüedad produjo que me dejase
llevar por aquel peculiar hombre, así que le seguí. Ambos nos sentamos bajo la sombra de los árboles
y empezamos a platicar, sobre filosofía, religión y política. Todo tipo de temas interesantes.
Pasaron las horas extrañamente rápido.
-Qué curioso que alguien tan escéptico e irreligioso como yo se pueda llevar tan bien con un seguidor
de la palabra de dios. ¡Esto da para escribir un opúsculo donde analizar el insólito vínculo
entre el devoto y el pagano!
Ambos reímos sin tapujos, como si fuéramos unos viejos amigos que se acaban de reencontrar
tras mucho tiempo sin tener noticias el uno del otro.
El cielo se estaba tornando policromo, con una gama de colores cálidos en los que predominaban
el rojo, naranja, y amarillo. Estaba atardeciendo.
-Curioso es, pero lo es todavía más el fresco que hace, aun estando a mediados de primavera- afirmó
el religioso, empezaba a tiritar de frío. - oh vaya, veo que no tiene abrigo, si quiere puedo
dotarle de un gabán muy eficiente, se encuentra en casa de un familiar mío, y si me lo permite, yo
también tomaré uno. Por dios, qué frío, se me hiela hasta el alma. Venga conmigo y le proporcionaré
un remedio que le librará de esta feroz helada. Y no aceptaré un no por respuesta, amigo mío.
¡Sígame!- concluyó.
Ambos empezamos a caminar apresuradamente, nuestros alientos surgían en forma de vaho,
que se desvanecía al contacto con el aire, muestra de las bajas temperaturas del ambiente.
<< Claro que hace frío, ¡estamos en Londres! >> pensé mientras estaba siendo arrastrado a la
compra de una prenda de vestir que ni siquiera me hacía falta, pues en el sotabanco de mi casa
tenía abrigo de sobra para calentar a tres familias enteras. No me dio tiempo ni si quiera a replicar,
pues temía dañar la sensibilidad de aquel hombre, el cual desprendía eminente probidad.
El paisaje natural que nos rodeaba instantes antes desapareció en algún momento mientras caminábamos.
Y ahora, extrañamente, estábamos rodeados de grandes edificios grises, típicos de la
capital de Reino Unido. Eso sí, no había nadie en las calles.
Al fin llegamos. Se trataba de una casa de estructura espléndida muy estilizada, con adornos
modernistas en forma de florituras. Sin duda, el arquitecto debió ser un gran artista, de sublime
sensibilidad.
Me quedé totalmente boquiabierto ante tal obra de arte y empecé a elogiar con énfasis cada rincón
de aquella vivienda.
- Muy amable por sus encarecimientos, pero deberíamos ir directos a por lo que realmente hemos
venido a buscar, no quisiera que cogiese un resfriado, y créame, amigo mío... ¡Dios tampoco
lo quiere!
Tanta amabilidad por parte de ésa persona me hacía dudar de si de verdad debería fiarme
tanto de él, pues al fin y al cabo, el hombre actúa por y para su propia satisfacción, no hay ser más
egoísta que el propio ser humano. Por no poder, uno no puede fiarse ni de su propia sombra, en
el momento en el que estás rodeado por la penumbra y la tenebrosidad de la noche... ¡desaparece!,
dejándote solo, a tu suerte. Y tras esos pensamientos, tuve un barrunto de que algo malo iba a
suceder.
Intenté desechar ese mal presagio y me centré en apreciar la decoración tan exquisita de aquel
hogar y disfrutar de una compañía tan amena. Ambos empezamos a recorrer la vivienda de arriba
a abajo, pasamos por el gabinete, por el comedor, la cocina e incluso algunas habitaciones más,
hasta que al final llegamos a la alcoba.
-Hemos llegado, aquí tiene lo que le prometí- Dijo el religioso mientras cogía el abrigo y se lo
entregaba en las manos. -Ah, pero antes, debería recordarle de que todo en esta vida tiene un precio.
Usted ha aceptado el trato. Yo le proporciono calor y amistad, pero a cambio le pido un poco
de misericordia para este viejo; con unas veinte monedas de oro será suficiente. No se queje, pues
ésta prenda de vestir tan magnífica merece un precio mucho más elevado, y sin embargo yo estoy
dispuesto a malbaratar este gabán por usted. Es un precio de amigos. ¿Qué me dice?
Ya sabía yo que algo raro estaba sucediendo. Al fin y al cabo, la cabra tira al monte. Y el ser
humano no actúa si no es por beneficio propio. Este pobre hombre está desesperado, vive bajo la
maldición de una vida pobre, de la cual no puede desprenderse por más que rece a dios durante
las 24 horas del día. He aquí las pobres pretensiones de un pordiosero. Posiblemente no tenga ni
para comer, y por eso ha venido a mí, hacia un joven extra burgués con pinta de tener mucho dinero.
Chico listo, sí señor. Pero, amigo mío, yo no soy quien para sacarte de tus miserias. Al igual
que tu, yo también soy humano, y por lo tanto, egoísta.
-No puedo aceptar el trato, ya dispongo de mucho abrigo en mi propia casa. Pruebe usted a venderlo
en alguna subasta, seguro que algo consigue ganar. Yo, he de irme ya, pues mi mujer debe
estar preocupada por mi tardanza; se pone histérica cuando no llego a tiempo para cenar. Si me
disculpa...- dije esto último haciendo una pequeña reverencia con la cabeza mientras me disponía
a salir de la estancia.
Cuando salí por la puerta, escuché un lamento, y acto seguido, sollozos. Me giré, extrañado.
Sí, efectivamente aquel viejo desdichado estaba llorando, desplomado en el suelo. Eso consiguió
ablandar mi corazón, así que me acerqué a él, dispuesto a tratar de calmar su tristeza con ánimos y complacientes palabras. Cosa que no me dio tiempo, pues cuando estuve a unos palmos de distancia
de él, empezó a vociferar:
- ¡Maldito fementido!, en qué momento se me ocurrió hablar con usted... en qué momento se me
ocurrió confiarle mis últimos momentos de paz. Oh, que dios se apiade de mi alma, pues me muero
lentamente, ya no hay marcha atrás. Usted era mi última esperanza, y la ha roto en mil pedazos.
Juro por dios que se lo haré pagar... no sabe cuánto, ¡se lo haré pagar! Y ahora... me desvaneceré
con las sombras de ésta habitación. Me reuniré junto a mi dios, oh… espléndida divinidad. Seré
parte de su magnífico esplendor. Y tú… -clavó sus feroces ojos en mí, con una rabia indescriptible
y odio en sus palabras- pobre desgraciado, has negado la palabra de dios, ¡Te has atrevido a retarlo!
Siento pena por ti, pues tu espíritu sufrirá las consecuencias de tus perversos actos. ¡Benedictus
qui venit in nomine Domini...!
Y así fue como desperté de mi propio sueño, mientras el religioso execraba mi propio nombre...
***
-Señor, aquí tiene su café- Dijo de repente la femenina voz de una camarera, rompiendo el hilo
de sus pensamientos.
Aquel hombre dejó de escribir para disfrutar del café con leche que había pedido. Pasó allí casi
toda la mañana, absorto y pensativo.
Todos quedaron desconcertados cuando, al pagar, dejó veinte monedas de propina. Sin duda, parecía
ser un hombre muy generoso.
Muy digno de Hesse y la condición humana. Él fue el gran genio del sufrimiento. Entre sus sabios consejos, "En lugar de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo con tu alma dolorosamente ensanchada.", y "Hay que estar orgulloso del dolor; todo es un recuerdo de nuestra condición elevada."
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